
Según G. Allport (1986), quien propone una definición esencialista de la personalidad, se debe tratar a la misma como una unidad que existe ante nosotros, que está ahí, y que posee en sí misma una estructura. Define a la personalidad como “la organización dinámica en el interior de individuo de los sistemas psicofísicos que determinan su conducta y su pensamiento característicos.” (Allport, G. W., 1996, p. 47)
Así mismo, G. Allport (1986) desglosa esta definición para explicar cada uno de sus componentes, a saber:
- Organización dinámica: La integración y otros procesos de organización deben aceptarse necesariamente para explicar el desarrollo y la estructura de la personalidad. Por lo tanto, el concepto de organización debe aparecer también en la definición. Este término implica también el proceso recíproco de desorganización, especialmente en las personalidades anómalas en las que se produce una progresiva desintegración.
- Psicofísicos: la personalidad no es ni exclusivamente mental ni exclusivamente neutral (física). Su organización requiere tanto el funcionamiento de la mente y del cuerpo en una inextricable unidad.
- Sistema: todo sistema es un complejo de elementos en mutua interacción. Estos sistemas existen en el organismo en un estado latente, y son nuestro potencial para la actividad.
- Determinan: la personalidad es algo y hace algo. Los sistemas psicofísicos latentes, cuando son llamados a la acción, motivan o dirigen una actividad y un pensamiento particular. Todos los sistemas comprendidos en la personalidad han de considerarse como tendencias determinantes, puesto que ejercen una influencia directriz sobre todos los actos adaptativos y expresivos mediante los cuales se conoce la personalidad.
- Característicos: toda conducta y todo pensamiento son característicos de la persona y son únicos, existentes solamente en un individuo, individuales e idiosincráticos; es decir que todos tienen una matiz personal.
- Conducta y pensamiento: designan todo lo que puede hacer un individuo. Ambos sirven para la supervivencia y el crecimiento del individuo. Son modos de adaptación al medio y de acción sobre el mismo originados por la situación ambiental en la que se encuentra el individuo, modos elegidos y dirigidos por los sistemas psicofísicos comprendidos en nuestra personalidad.
CRITERIOS DE MADUREZ SEGÚN G. ALLPORT
Extensión del sentido de sí mismo
El sentido de sí mismo se forma gradualmente en la infancia y no se ha completado aún a los 10 años. Continúa expandiéndose a medida que se hace mayor el círculo de participación del individuo.
Para la persona madura, la vida es algo más que la comida, la bebida y la sexualidad. Si no se desarrollan en una persona intereses fuera de ella misma, vive en un nivel más próximo al animal que al ser humano.
Este criterio de madurez requiere la auténtica participación de la persona en algunas esferas significativas de la actividad humana. Ser “partícipe” no es lo mismo que ser meramente “activo”. Una auténtica participación da una dirección en la vida. La madurez progresa en la proporción en que nuestras vidas dejar de estar centradas en la inmediata proximidad del cuerpo y en el yo. El amor a sí mismo es un factor preeminente e ineludible, pero no es necesario que sea predominante.
Relación emocional con otras personas
La adaptación social de la personalidad madura se denota por dos diferentes clases de relación emocional:
Gracias a la extensión de sí mismo, la persona es capaz de una gran intimidad en su capacidad de amar.
Por otra parte, se abstiene de intromisiones y de todo intento de dominar a los demás. Tiene en sus relaciones un cierto desprendimiento que le hace respetar y apreciar la condición humana en todos los hombres. Este tipo de relación emocional puede llamarse simpatía.
La intimidad y la simpatía requieren que el sujeto no sea una carga o un estorbo para los demás ni les impida la libertad en la búsqueda de su identidad.
El respeto de las personas como tales personas se alcanza mediante la extensión imaginaria de las duras experiencias de la vida. Acaba uno dándose cuenta de que todos los mortales se hallan en la misma situación humana.
Aquí se destacan dos signos de madurez:
· la tolerancia
· la estructura democrática del carácter.
Al inmaduro sólo le importan él mismo y lo que es de él.
Por otro lado, cuando el inmaduro da amor lo hace por lo general en los términos que le convienen; no lo hace sin condiciones y el otro ha de pagar por el privilegio.
Este criterio incluye la capacidad de evitar reacciones excesivas frente a cosas correspondientes a impulsos segmentarios.
Todos tenemos miedos, pero la persona madura hace frente a esos temores con aceptación.
Es especialmente importante la cualidad llamada “tolerancia a la frustración”. El adulto inmaduro reacciona a los contratiempos con accesos de mal humor o irritación; se queja, culpa a otras personas, se compadece de sí mismo. En cambio, el individuo maduro tolera la frustración. Si ha habido falta o error en él, sabe aceptar este hecho. Espera un momento oportuno, busca un medio de sortear el obstáculo y en caso necesario se resigna a lo inevitable. El individuo maduro ha aprendido a vivir sus estados emocionales de modo que no le conduzcan a actos impulsivos ni perjudiquen el bienestar de otras personas.
Las experiencias de confianza básica en la primera infancia tienen algo que ver con el desarrollo continuo del sentido de seguridad en su vida. Y luego ha aprendido más o menos que no todo alfilerazo contra su orgullo es una herida mortal y que no todo temor es confirmado por un desastre. Se asumen nuevos riesgos y nuevas posibilidades de fracaso, pero considera tales inseguridades con un sentido de la proporción, cuyo reflejo es el dominio de sí. Este sentido de la proporción se forma porque el modo de ver las cosas es de tipo realístico y porque el sujeto posee valores integrativos que rigen y encauzan los impulsos emocionales.
El sujeto maduro expresa sus opiniones y sus sentimientos guardando consideración a las opiniones y los sentimientos de los demás. No se siente amenazado por sus propias expresiones emocionales o por las de otras personas.
Percepción realística, aptitudes y tareas
En la personalidad sana, las percepciones y los conocimientos cotidianos se caracterizan por la eficacia y la exactitud. La persona sana posee disposiciones que conducen a la verdad en mayor grado que en las personas inmaduras. El individuo maduro no tuerce la realidad para acomodarla a las necesidades y las fantasías del sujeto.
Ser maduro implica la posesión de ciertas capacidades intelectuales básicas: un mínimo de memoria, la capacidad verbal (simbólica) y la capacidad general de solución de problemas. Pero la ecuación no es irreversible. Son muchas las personas con una elevada inteligencia a las que le falta el equilibrio emocional y la organización intelectual propia de una personalidad madura.
La persona madura posee percepciones verídicas y realísticas y aptitudes apropiadas para la solución de los problemas objetivos. También posee la capacidad de perderse a sí mismo en la realización del trabajo. La persona madura se centra en el problema y le gusta trabajar objetivamente; lo que significa que es capaz de olvidar los impulsos egoístas de la satisfacción de los instintos, el placer, el orgullo y la defensa durante largos períodos de tiempo mientras está absorta en su tarea. En este sentido, este criterio puede relacionarse con el objetivo de la “responsabilidad”.
Una persona madura está en estrecho contacto con “el mundo real”. Ve los objetos, las personas y las situaciones tal como son. Y tiene ante sí una importante tarea.
Respecto a la “madurez económica”, hacer frente a la difícil tarea de sustentarse a sí mismos y a una familia sin ser dominado por el miedo, sin sentirse desgraciado y sin caer en una conducta defensiva, hostil y autoengañadora en uno de los más duros test de madurez.
Autoobjetivación: conocimiento de sí mismo y sentido del humor
Idealmente, el conocimiento de sí mismo se medirá por lo que el hombre cree que es en relación con lo que realmente es. Pero en la práctica el índice más utilizable es lo que el hombre cree que es en relación con lo que los otros creen que es.
Las persoas conocedoras de susn cualidades desfavorables son menos propensas a proyectarlas e n otras personas que los individuos desconocedores de su existencia en ellos. Además, las personas con un buen conocimiento de sí mismos son mejores jueces de otros individuos y es más probable que sean aceptadas por ellos.
La más destacada correlación del conocimiento de sí mismo es tal vez el “sentido del humor”. Las personalidades con un buen conocimiento de sí mismas poseen también un elevado sentido del humor.
El sentido del humor debe distinguirse del mero sentido de lo cómico. Éste último lo posee casi todo el mundo, y consiste por lo general en ridiculizar a alguien; los instintos agresivos y sexual se hallan en la base de gran parte de lo que se considera cómico.
El sentido del humor y el conocimiento de sí mismo se tratan en realidad en el fondo de un mismo fenómeno, que es la autoobjetivación. El hombre que tiene un gran sentido de la proporción relativo a sus cualidades y valores es capaz de percibir sus incongruencias y absurdidades en ciertas situaciones, y de reírse de ellas.
Filosofía unificadora de la vida
Este criterio implica una serie de aspectos:
Dirección: cada vida está ordenada u orientada hacia uno o varios objetivos. Hay en cada individuo algo especial por lo que vive, un propósito ppal. La vida se hace intolerable a los que no encuentran ningún objeto al cual puedan orientarla.
En las personalidades maduras la dirección está más marcada, más enfocada al exterior.
Orientación a valores: la unidad de la vida procede parcial o preponderantemente de seguir la orientación de una tipología de valores.
Entre los esquemas básicos de valores, podemos considerar los siguientes: el teórico, el utilitario, el estético, el social, el político, el religioso.
El sentimiento religioso: permite ver un problema con un nuevo aspecto.
Conciencia genérica: la conciencia establece en el individuo una guía completa, que comprende toda o casi toda la conducta, y constituye una fuerza unificadora.
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